jueves, 5 de marzo de 2015

Saqueadores de buzones.


El pasado mes publicamos en este blog de temática criminal en materia de pericia caligráfica uno de los casos más famosos ocurrido en Barcelona: “El crimen de la calle Moncada”.

Aunque con un desenlace menos sangriento, nos hacemos eco de una noticia que pone de actualidad una forma de proceder muy similar y que confirma como también, en lo que al delito se refiere, todo está ya inventado.

Según se informaba ayer, día 4 de Marzo, en el programa  “Aquí en Madrid” de la cadena Autonómica “Telemadrid”, ha sido detenida una banda de estafadores dedicada al robo de pagarés  y cheques nominativos obtenidos después de forzar los buzones de las empresas sitas en varios polígonos industriales.

Al parecer, algunos de los buzones, una vez forzados, no eran reparados por lo que aún resultaba más sencillo hacerse con la documentación.

Se trata de 22 personas perfectamente organizadas que operaban en Madrid en los la zona de Hortaleza y Getafe.

Primero, se efectuaba un seguimiento de los carteros anotando sus movimientos y hora reparto con el fin de, llegado el momento, hacerse rápidamente con las cartas entregadas en los buzones antes de ser retiradas por sus destinatarios.

Una vez sustraídas,  el cabecilla y su equipo de falsificadores eran los encargados de alterar los efectos robados y preparar la documentación falsa necesaria para poder cobrarlos. 

Se estima que se ha suplantado la identidad de 91 personas, acudido a 75 oficinas bancarias diferentes y percibido con este sistema fraudulento un total de 475.000 euros.

FUENTE: http://www.telemadrid.es/programas/aqui-en-madrid/aqui-en-madrid-04032015 (minuto 10.16).

lunes, 2 de marzo de 2015

Una joya para perder la cabeza: “El asunto del collar”.



Recordamos en esta ocasión una estafa de altos vuelos con falsedad documental  incluida, conocida popularmente  como "El asunto del collar” y que fue objeto literario para autores de la talla de Alejandro Dumas o Goethe.
Paradójicamente, la verdadera víctima, ajena a la trama de intereses urdida en torno a ella, nunca llegó a lucir esa joya pero su cuello, terminó, a consecuencia de este y otros escándalos, en la guillotina.

Rohan y La Motte.
El príncipe-cardenal Luis René Eduardo Rohan regentaba la diócesis de Estrasburgo, una de las más ricas de Francia. Entre sus atribuciones figuraba la de “Gran Limosnero de Francia”, máxima autoridad religiosa de la corte de Versalles y administrador de todos los donativos y obras de caridad del monarca.

Jeanne Valois de La Motte, “alias”  “la condesa de la Motte”, era descendiente de la familia de los Valois, y aunque en su infancia ejerció la mendicidad y vivió de la caza furtiva, gracias a su ascendencia noble había conseguido introducirse en la camarilla del cardenal Rohan.  A pesar de llegar a ser recibida en la Corte como la supuesta “Condesa de Valois de La Motte” no había logrado acercarse a la reina María Antonieta, si bien obtuvo las sumas de dinero necesarias para costear su elevado tren de vida. Sugerir y extender el rumor de que pertenecía al blindado círculo íntimo de la reina le abrió las puertas de muchos nobles interesados en conseguir favores.

 La ambición de un cardenal.
A pesar de sus escasas dotes personales, Rohan aspiraba a convertirse en primer ministro de Francia. Para ello trató de recuperar el favor perdido de María Antonieta a través de alguien conocido e influyente, una supuesta amiga intima de la reina, Jeanne Valois,  Condesa de Valois de la Motte, quien, a pesar de no tener el gusto de conocerla,  accedió a ello a cambio de grandes sumas de dinero.
Con el tiempo, la impaciencia creciente del cardenal, que ya no se conformaba con escuchar de boca de Jeanne los supuestos mensajes de la reina, obligó a la falsa condesa a elaborar, con la ayuda de un falsificador, Rétaux de Villette, un repertorio de cartas falsas en las que la reina le otorgaba su perdón y se excusaba de no hacerlo público por el momento, sugiriendo, no obstante, un futuro encuentro secreto.  La ansiada y brevísima cita tiene lugar una noche en los jardines de Versalles usando al efecto a una prostituta de gran parecido con la reina que, convenientemente ataviada, acude engañada convencida de que participa en una inocente broma.

La sangría continúa.
El cardenal, eufórico, ya se siente ministrable. Sin embargo, para allanar el camino hacia una recepción y reconocimiento públicos, la Condesa de la Motte le "sugiere" que demuestre una generosidad extrema sufragando las numerosas obras de caridad de la reina o cubriendo sus conocidas deudas. Cantidades que, naturalmente, la condesa se "ofrece" gentilmente a recibir para después  hacer llegar a la reina.

El  asunto del collar.
Los joyeros Charles Boehmer y Marc Bassenge trabajaban para la corte de Luis XV. Entre los encargos más "privados" del monarca figuraba un costosísimo collar para su amante Madame du Barry. La muerte del rey supuso un importante revés económico para ellos. Trataron sin éxito de colocar el carísimo e inconfesable capricho, primero en Versalles y después en otras cortes europeas. 

Habiendo sido el collar del agrado de la nueva reina, María Antonieta, la condesa aprovecha para sugerir al cardenal un último gesto previo a la reconciliación pública: que, al carecer la reina de la cantidad suficiente, actúe como avalista y testaferro, adelantando la suma solicitada.

Receloso por el elevado precio de la chuchería, pero aconsejado por su amigo el conde iluminado Cagliostro, Rohan lo adquiere por nada menos que un millón seiscientas mil libras, entregándolo después  a un supuesto criado de la reina, el falsificador, Rétaux de Villette.

El aparatoso collar es rápidamente deshecho y vendidos sus diamantes a un precio tan bajo como para despertar las sospechas del gremio de joyeros que acaban por denunciar el hecho. Villette es detenido pero, una vez puesto en libertad,  viaja a Londres donde compran las piedras sin hacer preguntas.

El cardenal está extrañado de que la reina no luzca una joya tan cara en público. Su amiga la condesa le tranquiliza: lo hará una vez sea pagada completamente pues no quiere desagradar a su esposo, Luis XVI, que podría querer devolverlo al conocer su elevadísimo precio.

La condesa confía en que, conocido el fraude, el cardenal guardará un sepulcral silencio para evitar un escándalo. Sin embargo no ha tenido en cuenta los términos del contrato de compraventa a plazos firmado con los joyeros. El cardenal espera ansioso el primer desembolso de la reina y los joyeros, acuciados por las deudas, el del cardenal. Acercándose el primer vencimiento, la condesa decide ganar algo de tiempo solicitando a los joyeros, en nombre de la reina, una rebaja sustancial que es aceptada a regañadientes.

Vencido el primer pago, ya no hay nada que hacer y, finalmente, la condesa  confiesa a los joyeros la estafa, conminándoles a que se dirijan contra el  acaudalado cardenal para satisfacer la deuda.  Pero Boehmer y Bassenge desconfiando de su Eminencia, deciden reclamar directamente el collar a la reina, descubriendo entonces que ésta no sabe nada de nada. Informado el rey de Francia, llama a capitulo al Reverendísimo que admite todas sus intrigas y termina en La Bastilla acusado de usurpar el nombre de la reina.

Repercusiones.
Las consecuencias del escándalo son inmediatas: crece la enemistad de la nobleza ultrajada por una monarquía que trata de delincuente a uno de los suyos, víctima además de una estafa. Desata la ira del pueblo que, viviendo en la miseria, conoce de primera mano el despilfarro de la corte. El proceso, ventilado públicamente ante el Parlamento de París,  culmina con la absolución, entre otros, del cardenal.

Sus escasas dotes y su gran ingenuidad  quedan de manifiesto en el juicio. Sugestionado por los ardides de la falsa condesa, interpretó erróneamente a su favor  cualquier mínimo gesto de  la reina a la que además confundió aquella noche en los jardines de Versalles. Incluso se le perdonó que, a pesar de las altísimas atribuciones de su cargo, no  advirtiese en  las falsas cartas el añadido “de Francia, cuando de hecho  la reina firmaba sólo como “María Antonieta”.

La decisión fue de gran calado político pues supuso un triunfo para la nobleza y  el  desprestigio general de la corona, en particular de la reina, especialmente odiada, cuya humillación trató de ser paliada por su esposo accediendo a la petición de María Antonieta de destierro para el cardenal, decisión interpretada como una arbitrariedad y auténtica afrenta a la voluntad del parlamento.
El caldo gordo para la revolución estaba ya servido.

Más información:
DUMAS, Alejadro. El collar de la reina, Biblioteca mundial Sopena Argentina Buenos Aires. 1950
ZWEIG, Stefan.  Maria Antonieta. Acantilado. 2012


lunes, 9 de febrero de 2015

El crimen de la calle Moncada (y II).



Salvador no aparece.
A las dos de la tarde, la hora a la que habitualmente se reunían todos los cobradores en la sucursal para entrega de lo recaudado. Salvador Azemar no se presentó. Extrañado por esta ausencia, el director de la Sucursal, D. Mariano Casi, ordena a otros cobradores que hagan su recorrido.

Comienzan a temerse lo peor al conocer que, “casualmente”, un cobrador de la competencia no había conseguido hacer efectiva otra letra de la calle Moncada. A pesar de haber acudido dos veces a ese domicilio nadie le había abierto. La dueña de la zapatería le había indicado que los nuevos inquilinos no habían bajado aún del piso. Intrigado, intentó curiosear por su cuenta acercándose al ojo de la cerradura pero la encontró  tapada con unos trapos.

Finalmente, se decide mandar agentes del orden público que, después de llamar sin éxito a la puerta, la fuerzan por orden del juez de guardia.

Para sorpresa de los presentes, las estancias están casi vacías pues, a pesar de ser un despacho, ni siquiera hay una silla, tan solo un par de mapas en la pared del recibidor, tres cajas y un perchero del que cuelga un saco de mano de los usados por los niños para llevar las cosas a la escuela.

Al acceder a la cocina, encuentran a Salvador muerto sobre la carbonera, contusionado y degollado con tal saña que había sido prácticamente decapitado, manteniéndose a duras penas su cabeza unida al tronco por las vértebras. El cadáver es trasladado al hospital de la Santa Cruz para su autopsia.

Un plan sencillo.
La cosa no podía ser más fácil. Era conocida por todos la existencia de los cobradores. Esos individuos uniformados que, portando abultados maletines repletos de efectos listos para ser realizados deambulaban en solitario presentándose en las oficinas o en los domicilios.

¿Hay algo más simple y a la vez más perverso que hacer circular un documento que oculta el día, hora y lugar para un robo violento aún cuando no se sepa ni siquiera quién será la víctima que lo porte? 

Solo había que satisfacer las exigencias de la letra y esperar.  Un tal “Sr Roig” alquilaría el piso  de la calle Moncada, a su propietario, el Sr. Llorenç  Pons y Clerc.  Se colocaría en la puerta un cartel que hiciera de señuelo. Para asegurar el éxito, se emitirían no una sino dos letras idénticas alejadas convenientemente de Barcelona colocándolas respectivamente en Tarragona y  Benicarló. Ambas serían cobradas el fatídico día de vencimiento en el número 13 de aquella calle.

Comienzan a atarse los cabos.
La mañana del crimen, hacia el mediodía, un hombre había entrado en uno de los principales estancos de Las Ramblas pidiendo que se le cambiaran en metálico una gran cantidad de billetes de banco. Solo pudo hacer efectivo 100 pesetas y, aunque contó con la ayuda de un amable cliente, terminó equivocándose con las vueltas.

En otro punto de la ciudad, en la Caja Vilumara, alguien trataba de cobrar un talón de 37.000 pesetas que, como advirtió el cajero,  D. Francisco Bordas y Rovirosa, presentaba manchas de sangre.

El  juicio y los  procesados.
El  10 de abril de 1886, se inicia el multitudinario juicio teniendo como principales encausados a Manuel Molina y a los hermanos Joaquín y Vicente Salvador. 

A Manuel Molina, cordobés de Alcalá la Real aquello le debió parecer un negocio seguro. Según su declaración, decidió participar convencido de que no habría derramamiento de sangre. Por eso, cuando el resto atacó al cobrador, sufrió un oportuno desmayo y, ya repuesto, contempló cómo se consumaba el delito. Recogido el botín, se reunió con los demás en una casa de la calle Salvá, donde, a pesar de ser amenazado con un puñal, se negó a cobrar en la Caja Vilumara el talón robado. Enterado de su negativa, Joaquín Salvador se presentó para hacerlo efectivo.

A Joaquín Salvador, de 32 años, nacido en Vall d'Uixó,  casado  y con gemelos, el asunto le vino caído del cielo. A pesar de estar emparentada con la nobleza, su mujer  trabajaba a destajo para pagar a dos nodrizas.  Además, Joaquín debía dinero a un falsificador, tal Federico Despanc, que, a su vez, le había denunciado por estafa y  le enviaba cartas amenazantes conminándole al pago. Fue Joaquín quien viajó a Tarragona para  llevar la letra pagadera en la calle Moncada, pero juraba no saber nada más.  El día del crimen se limitó a esperar por la Plaza Real de diez a doce de la mañana, hasta que se presentó Molina con el talón (que, recordemos, se había negado a cobrar), ordenándole que fuera a cobrarlo rápidamente. Obedeció, acudiendo después en la calle Salvá, donde recibió su parte.

El hermano de Joaquín, Vicente, decía no haber participado en el crimen y discutir por ello con su hermano. Es cierto que  frecuentaba el domicilio de Manuel Molina pero sólo para  ver a, Jesusa, la amante de Manuel Molina.

La pericia caligráfica.
El análisis de uno de los peritos calígrafos intervinientes, D. Frederic Miracle y Carbonell,  que posteriormente publicaría un opúsculo sobre el caso, concluyó  que, conforme a los cotejos efectuados, las firmas eran auténticas, obteniéndose al efecto de Manuel Molina el correspondiente cuerpo de escritura. No obstante, Miracle modificaría su Dictamen considerando que no era posible asegurar que la palabra “Acepto” de la letra correspondiese a la misma mano.

La sentencia.
El 18 de Marzo de 1866 se dicta la sentencia, comunicada dos días más tarde a los acusados, que se negaron a firmarla.

Manuel Molina y Joaquín Salvador son declarados culpables como autores del asesinato y condenados a garrote vil.  Vicente Salvador es condenado como cómplice a 20 años de prisión. Todos responden solidariamente de dos indemnizaciones, una a favor del Banco de España por importe de 18.000 pesetas y otra, de 5.000, a favor de la viuda.

"La mitad de lo que aquí está escrito es mentira" (Manuel Molina).
La repercusión del crimen y posterior enjuiciamiento, ampliamente seguido, la debilidad de algunas pruebas, pues muchos testigos no fueron capaces de identificarlos (entre ellos el empleado de la Caja Vilumara que abonó el ensangrentado talón), la ausencia de los supuestos inductores o autores principales que nunca fueron hallados (José Ducado, Vicen Adrià y Bautista García) sembraron en la población la duda acerca de la verdadera proporcionalidad y fundamento de la sentencia, percibida como un castigo ejemplarizante que trataba de resarcir el daño, no solo material sino moral, sufrido por El Banco de España que ya en su día había ofrecido una cuantiosa recompensa para atrapar a los culpables. Como profería el propio Joaquín Salvador al conocer la sentencia “Si no fuera el Banco de España…”

Crece el deseo popular a favor del indulto, recibiéndose numerosos telegramas.  Es solicitado por la mujer de Joaquín Salvador y también por el senado catalán a la entonces Regente María Cristina y al gobierno de Sagasta que finalmente lo concedería el día 8 de Octubre de 1887, conmutando la pena de muerte por la de cadena perpetua.

lunes, 12 de enero de 2015

Letras de sangre. El crimen de la calle Moncada (I)






Inauguramos el nuevo año con el relato de un crimen atroz cometido hace más de un siglo en Barcelona pero que en su día tuvo una gran repercusión dando lugar a unos funerales multitudinarios, el ofrecimiento de una elevadísima recompensa (20.000 pesetas de la época) y cuyo juicio ante la Audiencia Territorial  contó con la presencia de numeroso público.

Su relevancia para nosotros radica en la utilización de un medio puramente documental y manuscrito como instrumento delictivo clave para perpetrarlo lo que obligaría a la realización de la correspondiente pericia caligráfica

Para ello nos hemos valido de los testimonios recogidos por el propio Perito Calígrafo interviniente D Federico Miracle Carbonell en su obrita publicada en 1887 y titulada de un modo tan significativo como:

“El crimen de la calle de Moncada. Facsímile de los principales documentos que obran en la causa, y demostración de la manera importantísima con que el arte caligráfico contribuyó al descubrimiento de tan horrendo crimen”.

Igualmente, nos hemos ayudado del fantástico libro de Manuel Bofarull i Terrades. "Crims a la Catalunya del segle XIX. Valls. Cossetània, 2008".



Una mañana cualquiera.

Como todas las mañanas, a las 9:00 horas el sábado 18 de abril de 1885, Salvador Azemar y Balló natural de La Junquera. de 51 años, “hombre de bien y empleado honradísimo” casado, padre de una hija y cobrador desde hacía 23 años, abandonó las oficinas de la sucursal del Banco de España en Barcelona con su maletín lleno de letras vencidas por valor de unas 40.000 pesetas. 

Entre ellas, figuraba una de 750 pesetas a cargo de un tal Joaquín Roig, de Barcelona, para cobrar en un despacho de la calle de Montcada, número 13, principal.

Después de dos visitas en las que recaudó 2.000 pesetas en efectivo y le fue entregado un talón de 17.240 se dirigió a la casa de la calle Montcada, 13, esquina Quemado Grande.

Hubo de pasar por delante de la Zapatería situada en los bajos del edificio. Hacía poco que la mujer del zapatero había visto a unos hombres quitar los carteles de “Se alquila” del piso vacío. Su marido le comentó de pasada lo del cartel en la puerta que vió al subir al palomar.

Seguramente no tardó en identificar el despacho en el que debía efectuar el cobro gracias a un letrero de porcelana en el que podía leerse claramente “Joaquín Rojo”. 

Salvador llamó a la puerta.

Entonces no lo sabía pero cuando aquella mañana salió de la sucursal llevaba en su abultado maletín el billete de una lotería letal que, desgraciadamente, estaba a punto de tocarle.

Un oficio peligroso.

Por aquel entonces la profesión de cobrador no estaba exenta de riesgos pues había que personarse a cuerpo en los domicilios para la recogida de dinero y efectos. El uniforme les acreditaba para ejercer su labor pero también les delataba tanto a ellos como a la valiosa mercancía que transportaban en sus maletines.

Las letras de cambio.

Como señala Juan Ignacio Peinado Gracia, "la letra de cambio es titulo valor a través del cual una persona llamada librador ordena a otra llamada librado que realice un pago a favor de un tercero desginado en el documento, que se denomina tomador, en el lugar y momento señalados (Lecciones de Derecho Mercantil. Aureliano Menéndez. Civitas. 2014").

No obstante, como luego veremos, este académico e inocente sistema cambiario que favorece la circulación del crédito puede ser pervertido con fines abyectos hasta el punto de convertir los elementos consustanciales de la letra, su dia y lugar de cobro, en el día y la hora rubricados para cometer un asesinato.

Continuará...