Recordamos
en esta ocasión una estafa de altos vuelos con falsedad documental incluida, conocida popularmente como "El asunto del
collar” y que fue objeto literario para autores de la talla de Alejandro Dumas o Goethe.
Paradójicamente,
la verdadera víctima, ajena a la trama de intereses urdida en torno a ella,
nunca llegó a lucir esa joya pero su cuello, terminó, a consecuencia de este y
otros escándalos, en la guillotina.
Rohan y La Motte.
El
príncipe-cardenal Luis René Eduardo Rohan regentaba la diócesis de Estrasburgo,
una de las más ricas de Francia. Entre sus atribuciones figuraba la de “Gran Limosnero de
Francia”, máxima autoridad religiosa de la corte de Versalles y administrador
de todos los donativos y obras de caridad del monarca.
Jeanne Valois de La Motte, “alias” “la condesa de la Motte”, era descendiente de la familia de los
Valois, y aunque en su infancia ejerció la mendicidad y vivió de la caza
furtiva, gracias a su ascendencia noble había conseguido
introducirse en la camarilla del cardenal Rohan.
A pesar de llegar a ser recibida en la Corte como la supuesta “Condesa de
Valois de La Motte” no había logrado acercarse a la reina María Antonieta, si
bien obtuvo las sumas de dinero necesarias para costear su elevado tren de
vida. Sugerir y extender el rumor de que pertenecía al blindado círculo íntimo
de la reina le abrió las puertas de muchos nobles interesados en conseguir
favores.
La ambición de un cardenal.
A
pesar de sus escasas dotes personales, Rohan aspiraba a convertirse en primer
ministro de Francia. Para ello trató de recuperar el favor perdido de María
Antonieta a través de alguien conocido e influyente, una supuesta amiga intima
de la reina, Jeanne Valois,
Condesa de Valois de la Motte,
quien, a pesar de no tener el gusto de conocerla, accedió a ello a cambio de grandes sumas de dinero.
Con
el tiempo, la impaciencia creciente del cardenal, que ya no se conformaba con
escuchar de boca de Jeanne los supuestos mensajes de la reina, obligó a la
falsa condesa a elaborar, con la ayuda de un falsificador, Rétaux de Villette,
un repertorio de cartas falsas en las que la reina le otorgaba su perdón y se
excusaba de no hacerlo público por el momento, sugiriendo, no obstante, un futuro encuentro
secreto. La ansiada y brevísima cita
tiene lugar una noche en los jardines de Versalles usando al efecto a una
prostituta de gran parecido con la reina que, convenientemente ataviada, acude
engañada convencida de que participa en una inocente broma.
La sangría continúa.
El
cardenal, eufórico, ya se siente ministrable. Sin
embargo, para allanar el camino hacia una recepción y reconocimiento públicos,
la Condesa de la Motte le "sugiere" que demuestre una generosidad extrema
sufragando las numerosas obras de caridad de la reina o cubriendo sus conocidas
deudas. Cantidades que, naturalmente, la condesa se "ofrece" gentilmente a
recibir para después hacer llegar a la
reina.
El
asunto del collar.
Los
joyeros Charles Boehmer y Marc Bassenge trabajaban para la corte de Luis XV.
Entre los encargos más "privados" del monarca figuraba un costosísimo collar para
su amante Madame du
Barry. La muerte del rey supuso un importante revés económico para
ellos. Trataron sin éxito de
colocar el carísimo e inconfesable capricho, primero en Versalles y después en
otras cortes europeas.
Habiendo
sido el collar del agrado de la nueva reina, María Antonieta, la condesa
aprovecha para sugerir al cardenal un último gesto previo a la reconciliación
pública: que, al carecer la reina de la cantidad suficiente, actúe como
avalista y testaferro, adelantando la suma solicitada.
Receloso
por el elevado precio de la chuchería, pero aconsejado por su amigo el conde
iluminado Cagliostro, Rohan lo adquiere por nada menos que un millón
seiscientas mil libras, entregándolo después
a un supuesto criado de la reina, el falsificador, Rétaux de Villette.
El
aparatoso collar es rápidamente deshecho y vendidos sus diamantes a un precio
tan bajo como para despertar las sospechas del gremio de joyeros que acaban por
denunciar el hecho. Villette es detenido pero,
una vez puesto en libertad, viaja a Londres donde compran las piedras sin hacer preguntas.
El
cardenal está extrañado de que la reina no luzca una joya tan cara en público. Su amiga la condesa le
tranquiliza: lo hará una vez sea pagada completamente pues no quiere desagradar
a su esposo, Luis XVI, que podría querer devolverlo al conocer su elevadísimo
precio.
La
condesa confía en que, conocido el fraude, el cardenal guardará un sepulcral
silencio para evitar un escándalo. Sin embargo no ha tenido en cuenta los
términos del contrato de compraventa a plazos firmado con los joyeros. El
cardenal espera ansioso el primer desembolso de la reina y los joyeros,
acuciados por las deudas, el del cardenal. Acercándose el primer vencimiento,
la condesa decide ganar algo de tiempo solicitando a los joyeros, en nombre de
la reina, una rebaja sustancial que es aceptada a regañadientes.
Vencido
el primer pago, ya no hay nada que hacer y,
finalmente, la condesa confiesa a los joyeros la estafa,
conminándoles a que se dirijan contra el
acaudalado cardenal para satisfacer la deuda. Pero Boehmer y Bassenge desconfiando de su Eminencia, deciden
reclamar directamente el collar a la reina, descubriendo entonces que ésta no
sabe nada de nada. Informado el rey de Francia,
llama a capitulo al Reverendísimo que admite todas sus intrigas y termina en La
Bastilla acusado de usurpar el nombre de la reina.
Repercusiones.
Las
consecuencias del escándalo son inmediatas: crece la enemistad de la nobleza
ultrajada por una monarquía que trata de delincuente a uno de los suyos, víctima además de una estafa.
Desata la ira del pueblo que, viviendo en la miseria, conoce de primera mano el
despilfarro de la corte. El proceso, ventilado públicamente ante el Parlamento
de París, culmina con la absolución,
entre otros, del cardenal.
Sus
escasas dotes y su gran ingenuidad
quedan de manifiesto en el juicio. Sugestionado por los ardides de la
falsa condesa, interpretó erróneamente a su favor cualquier mínimo gesto de
la reina a la que además confundió aquella noche en los jardines de Versalles.
Incluso se le perdonó que, a pesar de las altísimas atribuciones de su cargo, no advirtiese en las falsas
cartas el añadido “de Francia”, cuando de hecho la reina firmaba sólo como “María Antonieta”.
La
decisión fue de gran calado político pues supuso un triunfo para la nobleza
y el
desprestigio general de la corona, en particular de la reina,
especialmente odiada, cuya humillación trató de ser paliada por su esposo
accediendo a la petición de María Antonieta de destierro para el cardenal,
decisión interpretada como una arbitrariedad y auténtica afrenta a la voluntad
del parlamento.
El
caldo gordo para la revolución estaba ya servido.
Más
información:
DUMAS,
Alejadro. El collar de la reina,
Biblioteca mundial Sopena Argentina Buenos Aires. 1950
ZWEIG,
Stefan. Maria Antonieta. Acantilado. 2012
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