Inauguramos el nuevo año con el relato de un crimen
atroz cometido hace más de un siglo en Barcelona pero que en su día tuvo una
gran repercusión dando lugar a unos funerales multitudinarios, el ofrecimiento
de una elevadísima recompensa (20.000 pesetas de la época) y cuyo juicio ante
la Audiencia Territorial contó con la presencia de numeroso
público.
Su relevancia para nosotros radica en la utilización
de un medio puramente documental y manuscrito como instrumento delictivo clave para
perpetrarlo lo que obligaría a la realización de la correspondiente pericia caligráfica
Para ello nos hemos valido de los testimonios recogidos
por el propio Perito Calígrafo interviniente D Federico Miracle Carbonell en su
obrita publicada en 1887 y titulada de un modo tan significativo como:
“El
crimen de la calle de Moncada. Facsímile de los principales documentos que
obran en la causa, y demostración de la manera importantísima con que el arte
caligráfico contribuyó al descubrimiento de tan horrendo crimen”.
Igualmente, nos hemos ayudado del fantástico libro de Manuel Bofarull i Terrades. "Crims a la Catalunya del segle XIX.
Valls. Cossetània, 2008".
Una mañana cualquiera.
Como todas las mañanas, a las 9:00 horas el sábado 18
de abril de 1885, Salvador Azemar y Balló natural de La Junquera. de 51 años,
“hombre de bien y empleado honradísimo” casado, padre de una hija y cobrador desde
hacía 23 años, abandonó las oficinas de la sucursal del Banco de España en
Barcelona con su maletín lleno de letras vencidas por valor de unas 40.000
pesetas.
Entre ellas, figuraba una de 750 pesetas a cargo de un
tal Joaquín Roig, de Barcelona, para cobrar en un despacho de la calle de
Montcada, número 13, principal.
Después de dos visitas en las que recaudó 2.000
pesetas en efectivo y le fue entregado un talón de 17.240 se dirigió a la casa
de la calle Montcada, 13, esquina Quemado Grande.
Hubo de pasar por delante de la Zapatería situada en los bajos del edificio. Hacía poco que la mujer del zapatero había visto a unos hombres quitar los carteles de “Se alquila” del piso vacío. Su marido le comentó de pasada lo del cartel en la puerta que vió al subir al palomar.
Seguramente no tardó en identificar el despacho en el que debía efectuar el cobro gracias a un letrero de porcelana en el que podía leerse
claramente “Joaquín Rojo”.
Salvador llamó a la puerta.
Entonces no lo sabía pero cuando aquella mañana salió
de la sucursal llevaba en su abultado maletín el billete de una lotería letal que, desgraciadamente, estaba a punto de tocarle.
Un oficio peligroso.
Por aquel entonces la profesión de cobrador no estaba
exenta de riesgos pues había que personarse a cuerpo en los domicilios para la recogida de dinero y efectos. El uniforme les acreditaba para ejercer
su labor pero también les delataba tanto a ellos como a la valiosa mercancía que
transportaban en sus maletines.
Las letras de cambio.
Como señala Juan Ignacio Peinado Gracia, "la letra de cambio es titulo valor a través del cual una
persona llamada librador ordena a otra llamada librado que realice un pago a
favor de un tercero desginado en el documento, que se denomina tomador, en el lugar y
momento señalados (Lecciones de Derecho Mercantil. Aureliano Menéndez. Civitas. 2014").
No obstante, como luego veremos, este académico e inocente sistema cambiario que favorece
la circulación del crédito puede ser pervertido con fines abyectos hasta el punto de convertir los elementos consustanciales
de la letra, su dia y lugar de cobro, en el día y la hora rubricados para
cometer un asesinato.
Continuará...
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